POR LA DEMOCRACIA DOMINICANA

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Rescatemos sus instituciones

jueves, 22 de abril de 2010

Comentario del Articulo Hitler, Reliquias y algunos jefes Nazis

José Tobías Beato | Hay un grupo de hombres ante quienes la sola mención de su nombre, libera en muchos adrenalina. Entonces, el hígado también libera azúcar, se incrementa el ritmo cardíaco, se contraen los músculos y con los puños al aire, se debate fuera de toda razón en pro o en contra. Son los llamados hombres controversiales.

Ha salvado usted al pueblo alemán de un gran peligro. El que desee hacer historia debe ser capaz de verter sangre. Hindenburg en telegrama a Hitler.

Un amable lector de nombre José —creo que escribe desde Nueva York— en un comentario a mi artículo Hitler, Reliquias y algunos Jefes Nazis, me sugiere que tome en cuenta al hablar de Pio XII el libro de John Cornwell titulado El Papa de Hitler, publicado hace varios años. Si mal no recuerdo, es una indagación biográfica bien documentada, en la que el pastor Pacelli aparece como un antisemita en un grado tal que benefició los planes de exterminio de Hitler para con esa raza. No tenía que decirlo, pero si así hubiese sido, el Papa hubiera quedado convertido en un genocida. Y en tanto genocida, debió haber sido encausado en Nuremberg, si es que somos lógicamente consecuentes. No tengo el libro ahora mismo a mano, pues como es frecuente con ellos y otros materiales similares, alguien los toma prestados e inmediatamente considera que préstamo y regalo son equivalentes. Pese a ello, con otros libros y el siempre bienvenido auxilio de la red, tal vez podamos ensayar una canción al respecto.

Pensé en dar esa respuesta al final de otro artículo sobre el nazismo, pero eso tal vez no habría redundado en beneficio de la claridad, amén de extenderlo innecesariamente. Por eso preferí hacer un alto y responder brevemente en torno al asunto, que es por demás, de relevancia histórica, y de paso hacer algunas generalizaciones. Hay un grupo de hombres ante quienes la sola mención de su nombre, libera en muchos adrenalina. Entonces, el hígado también libera azúcar, se incrementa el ritmo cardíaco, se contraen los músculos y con los puños al aire, se debate fuera de toda razón en pro o en contra. Son los llamados hombres controversiales. Cada facción etiqueta contra su contrario y a su favor, y así se ahorra el proceso de pensar, de investigar y juzgar racionalmente.
Los que, a sí mismos, se llaman con orgullo “conservadores”, cuando quieren descalificar la posición de alguien con la que no simpatizan, le llaman: ¡liberal!, y ya con eso creen liberarse precisamente de la necesidad de toda argumentación racionalmente sustentada. Lo mismo ocurre en el bando contrario: ¡derechista!, ¡pequeño burgués subjetivo!, gritaban los marxistas hasta hace poco. Eso les permitía destituir de su puesto al acusado, denigrarlo socialmente, eventualmente encarcelarlo, y en los tiempos de Stalin, hasta fusilarlo.

También se aplica la táctica de Eris, la diosa griega de la discordia: expulsada del Olimpo por revoltosa y excluida de la boda entre Tetis y Peleo, lanzó sobre la mesa del banquete una manzana de oro con la inscripción: “A la más hermosa”. Y se armó el pleito entre Hera, esposa de Zeus; Afrodita, diosa del amor, y Atenea, de la sabiduría, relegándose la boda a un tercer lugar. La entrega del título a la diosa del amor, en un juicio no muy imparcial, originó la guerra de Troya, que brindó a Homero el motivo para sus celebérrimos poemas. Así, por ejemplo, si se está debatiendo un tema presupuestal, o la reforma de salud, de pronto alguien incluye el tema del aborto, que divide en forma agresiva por su fondo religioso, a todos los congresistas y ni que decir a los diversos conglomerados sociales a los que supuestamente representan. Entonces, en un ambiente de fanatismo, se grita a voz en cuello, hay empujones, malas palabras.
Perdido el tono civilizado, el gorila que cada uno lleva dentro más o menos disimulado, aparece repentinamente mazo en mano, presto a reducir al contrincante a base de garrotazos. El tema, que no tiene que ver nada con el asunto inicial, produce entonces nuevas alianzas, otras alineaciones que alteran, rompen o posponen por largo tiempo el debate original. Es el viejo arte de Eris: introducir en una discusión, un tema indirectamente relacionado, colateral, con el ánimo de confundir, separar y reagrupar y salirse finalmente con la suya.

A los controversiales frecuentemente se les niega toda virtud, todo aporte. Los sofistas fueron tan desprestigiados por Platón y Aristóteles, que se le llama sofisma al razonamiento usualmente brillante, pero falso. Bruto y Judas no tienen perdón en tanto son el exponente máximo de la traición. Por eso Dante los ubicó en el último círculo del infierno, donde comparten un frío que tumba orejas con el mismísimo diablo. Para condenar a Lutero, no se toma en cuenta la corrupción de la Iglesia que lo motivó a escribir sus 95 tesis contra la venta de indulgencias. Se olvida gustosamente que era un agustino de altísima espiritualidad y erudición que, al traducir La Biblia al alemán, hizo una contribución excepcional a ese idioma.
En reconocer talento y mérito, no debería nunca haber problemas entre seres que se autoproclaman como racionales. Pero es ésta una suposición usualmente gratuita, porque los hay. Entre miles de razones, no muy racionales siempre, porque existen los prejuicios y una cosa a ratos muy sucia, cuyo nombre genérico es intereses, usualmente económicos, que como fenómeno bien llamativo, casi siempre caminan juntos, tanto, que con frecuencia mayor de la deseable, hasta se confunden. Por otro lado, al ser humano le agrada pensar en términos extremos: blanco o negro, cuando en verdad tales colores ni son los extremos, y sobre todo, no son los únicos.
Eso, sin tomar en cuenta que en realidad ni existen, sino que es longitud de onda reflejada por los objetos que nuestro cerebro asigna diferencialmente como colores: nuestra realidad es virtual, programada por la computadora orgánica de nuestra masa encefálica. Además, ningún hombre malo es tan absolutamente malo que no tenga algo bueno, y viceversa. Y cada opuesto, bajo determinadas condiciones se trastrueca en su contrario.

Para entender la historia de un individuo, las reacciones que tiene, los pasos que da, hay que estudiarlo no sólo a él mismo, sino la situación en que se encuentra. Viajeros que somos sobre el camino infinito de la vida y de la historia, el paisaje que nos rodea, no es meramente entorno, sino que forma parte de nosotros mismos. Muchos filósofos y científicos sociales han estudiado ese fenómeno, pero acaso la frase más afortunada, porque sintetiza todos los análisis al respecto, es la de Ortega Y Gasset, presentada en su primer libro, Meditaciones del Quijote: “Yo soy yo y mis circunstancias”.

Pio XII es una de esas figuras controversiales: tomó decisiones que aún son fuente de intensos debates, como veremos sucintamente un poco más abajo. Lo cierto fue que John Cornwell, que era católico, y hasta donde sé, lo siguió siendo tras la publicación de su libro, tuvo que retractarse luego de que aparecieran nuevas pruebas sobre la actuación del Papa en aquellos años dramáticos, y de que historiadores e intelectuales judíos le agradecieran su intervención. Por ejemplo Anna Foa, atribuye a la acción del Papa la salvación de unos 35,000 judíos en Eslovaquia.
El diplomático israelí P. Lapide estimó en 700,000 los salvados por la acción del Vaticano, que incluía la emisión de actas de nacimiento falsas para los judíos hostigados por los nazis. Más aún, parece que estudiando el período el escritor se percató de que “Pio XII tenía tan poca libertad de acción en la Roma bajo el talón de Mussolini y más tarde ocupada por los alemanes, que es imposible juzgar los motivos de su silencio”. Voy a citar tres hechos, íntimamente vinculados, que quizás ayuden a recrear, aunque sea a distancia, el ambiente que se vivía en la Alemania nazi, así como en la Italia de Mussolini, aunque en menor grado.

Primeramente la creación de los “camisas pardas” (Sturm Abteilung, SA). Creadas y dirigidas por Ernt Rōhm, usaban botas negras muy altas, esvásticas sobre el brazo y porras en las manos, con las que ‘explicaban’ en los mítines socialistas o comunistas, en calles y negocios judíos, el programa del partido nazi. Eran una fuerza terrible de choque, imitada hoy por los partidos neonazis.
En 1923 eran apenas unos 1,150 guardias bien entrenados, pero diez años después sobrepasaban los 50,000 y querían el control del ejército, alineándose con el ala izquierda del partido nazi. Ambas cosas los ponían en contradicción con la cúpula conservadora del ejército, con las SS —guardia de élite, que hacían juramento de fidelidad ante Hitler— dirigidas por Himmler, y con el mismo Führer, que veía a Rōhm con enormes recelos.
El segundo hecho es que, la noche del 30 de junio de 1934, fueron eliminados los principales oficiales de las SA y todo aquel notable que se opuso al ascenso de Hitler. Fue la famosa “Noche de los cuchillos largos” que arrojó un saldo de más de doscientos muertos. Lo tercero es que, nadie protestó por ello: ni el Partido Nazi, ni la prensa, ninguna institución. Por el contrario, el Presidente de Alemania, el mariscal Paul Hindenburg, aunque próximo a la muerte, le envió a Hitler el telegrama con el que encabezo este artículo, a modo de epígrafe: “El que desee hacer historia debe ser capaz de verter sangre”. Palabras terribles que merecen ser muy tenidas en cuenta a la hora de juzgar a los contemporáneos que sufrieron la embestida de tal posición. De ahí, acaso, la cautela posterior de Cornwell.

Digamos algo ahora directamente sobre la vida y obra del Papa Pio XII. Esta figura sobresaliente del siglo XX, fue bautizado con el nombre de Eugenio María Pacelli. Nació en una familia aristocrática italiana, vinculada históricamente al Vaticano: su abuelo fue uno de los fundadores del L’Osservatore Romano. Su padre fue decano del colegio de abogados del Vaticano. Su primo Ernesto fue consultor financiero de León XIII. Su hermano Francesco fue uno de los abogados que consumaron el Pacto de Letrán entre Mussolini y la Iglesia. Hombre de inteligencia y educación esmerada, fue catedrático de Derecho Canónico y de diplomacia eclesiástica, puestos que abandonó para insertarse en la alta burocracia religiosa: Secretario de la Congregación de Asuntos Eclesiásticos, nuncio papal, cardenal secretario de Estado. Al llegar al papado, firmó una carta de renuncia ante notario público, en prevención de que fuese hecho prisionero. Fue hombre de amistades firmes: así, nuncio en Prusia y Alemania durante la primera guerra, la mayoría de sus colaboradores de ese tiempo permanecieron en su círculo íntimo durante su largo reinado, especialmente su asistente, consejera y amiga la hermana Pasqualina Lehnert.

Muchas de sus posiciones merecen no un comentario o artículo de fondo, sino docenas de libros, pero a falta de tiempo y espacio, hagamos una corta relación de sus actividades: una de sus primeras medidas fue ordenar una excavación científica en la Basílica de San Pedro, a fin de investigar la veracidad de la tradición que establecía que dicha iglesia había sido edificada justo donde fue enterrado el apóstol Simón, al que Jesús llamó “Piedra”, Pedro. El primero de noviembre de 1950 hizo dogma de fe la Asunción de la Virgen María al cielo, en cuerpo y alma, lo que implicaría una resurrección como la de Cristo. En su mensaje a fines del mismo año anunció el hallazgo de la tumba de San Pedro. Pidió en diversos documentos rigor en la interpretación de los textos sagrados del cristianismo. Pio XII fue sin dudas un hombre conservador. Sin embargo, en 1946 nombró 36 cardenales —por primera vez de todos los continentes— lo que permitiría el renacimiento de la Iglesia al través del Concilio Vaticano II, que iniciaría su sucesor, Juan XXIII.

Medió para finalizar la primera guerra mundial y se involucró personalmente para evitar la segunda. Escribió encíclicas condenando toda forma de totalitarismo. Definitivamente por su acción subterránea, muchos judíos salvaron la vida. A su vez, muchos nazis escaparon de los tribunales a través de la llamada “ruta de los monasterios”. Luego de la guerra, pidió perdón para todos los que participaron, y clemencia para los que estaban condenados a muerte. Participó en la obtención y firma de numerosos concordatos con regímenes de derecha o dictatoriales, que dieron a la Iglesia predominio y amplia libertad de movimiento dentro de los países signatarios, algunos aún vigentes: con Serbia, a poco de la primera guerra mundial. En 1924 con Baviera, y en 1929 con Prusia.
Inmediatamente subió Hitler con la Alemania nazi, y en 1933 con Austria. En 1953 con la España franquista, y al siguiente año con el dictador de la República Dominicana Rafael Trujillo, que en un acto inusual en él, incluso se arrodilló a sus pies. Participó en el de Letrán, que fue el que creó el Estado independiente de la Ciudad del Vaticano. Más aún, en una intervención muy sui géneris del reino de los cielos en la tierra, proclamó en 1949 que los católicos que apoyaran o simpatizaran en un momento dado con los comunistas o socialistas podrían incurrir de forma automática en excomunión. De modo que, la parcialidad era abierta, pues mientras se permitía la alianza y la coexistencia pacífica con algunos regímenes que nadaban en una laguna pastosamente sangrienta, no se toleraba que se hiciera lo mismo con sus contrarios, aduciendo las mismas razones por las que aquellos eran también criticados.

Finalmente, a mi juicio, el valor de la obra de Cornwell y otras parecidas es crear conciencia no solamente en la Iglesia, sino en cualquier institución, de que sus representantes visibles están siendo seguidos de cerca por la opinión pública y, sobre todo, por sus propios integrantes. Sus pasos no pueden ser arbitrarios, ni inconsecuentes con los principios que dicen defender. Espero que estas breves meditaciones respondan, aunque sea mínimamente, a las inquietudes del señor José. Y en tanto yo escribo sobre historia con la clara intención de comprender, le agradezco la ocasión de aclararme a mí mismo, cosas que usualmente uno pasa por alto. Hasta pronto. [José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002]

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